NEUROMITOS EN
EDUCACIÓN. El aprendizaje desde la neurociencia
Anna Forés, José Ramón Gamo, Jesús C. Guillén, Teresa
Hernández, Marta Ligioiz, Félix Pardo y Carme Trinidad
Plataforma Editorial. Barcelona, 2015.
Ya va siendo hora –en realidad hace tiempo ya que es hora-
de colocar en primera línea de la formación docente las aportaciones de la neurociencia, y hablar de neuroeducación. Posiblemente muchos
docentes de Primaria y Secundaria hemos tenido algún conocimiento de estos
temas a partir de charlas o cursos de formación organizados por los centros de
formación del profesorado, y probablemente muchos se acercan con un poco más de
atención a través de las numerosas charlas y conferencias de las que disponemos
en las plataformas de vídeo, como alguna de las que se han insertado
anteriormente en este blog.
Y también ya va siendo hora también de prestar una adecuada
atención a las propuestas que nos llegan por vía analógica, la de siempre, como
es el caso de este trabajo colectivo que aquí reseñamos sobre los “neuromitos
en educación”.
Es necesario, imprescindible, conocer, reflexionar e
incorporar, en su caso, a la formación docente aquello que se ha estudiado en
profundidad, con una perspectiva científica. En este caso por un colectivo de
expertos interesados en el mundo de la neuroeducación y la neurodidáctica, lo
cuales han abordado “creencias generalizadas” con el fin de extraer
conclusiones válidas para el ejercicio docente (“neuromitos”). Si bien, tal
como deja dicho Anna Forés en la introducción, el estudio del cerebro humano es
un campo inmenso y todavía misterioso… “De ahí que debamos ser prudentes en la
aplicación de los aportes de la neurociencia en la educación”.
De acuerdo con esto, y con la debida prudencia, parece obligado que el docente que hoy es y
el que será mañana, ha de enfocar su atención en los estudios de la
neurociencia y extraer consecuencias prácticas.
El libro se estructura en 12 capítulos que abordan sendos
neuromitos. Por ejemplo, en el 1º, de Jesús C. Guillén, se aborda el de la
hipotética mayor o menor importancia de unas materias sobre otras. Alguna de
sus propuestas concluye que el ejercicio físico regular es clave para el
aprendizaje y de ahí lo interesante que sería colocar las clases de Educación Física al inicio de la
jornada escolar, o sobre los beneficios increíbles de un simple paseo por un
entorno natural… Nos habla del papel que juegan moléculas y neurotransmisores segregados
en la actividad física (dopamina, BDNF –factor neurotrófico derivado del
cerebro-, etc.) y sus repercusiones positivas para la memoria y el aprendizaje.
Por otro lado, establece el enorme interés en la misma línea de materias como
la educación artística (“nos permite
adquirir una serie de competencias socioemocionales y de rutinas mentales que
están en plena consonancia con el desarrollo evolutivo del ser humano y que son
necesarias para el aprendizaje de cualquier contenido curricular”, p. 24); la música (“Al tocar un instrumento
musical se activan de forma simultánea áreas sensoriales y motoras que nos
exigen, además de capacidad auditiva, buena atención y memoria”, p. 26; las artes visuales; las artes escénicas (sobre los efectos benéficos del teatro en los
entornos escolares…); o el ajedrez
en el aula, juego que mejora las capacidades cognitivas del niño o del
adolescente e influye en su desarrollo personal y social. La integración del
componente lúdico ayuda a la motivación, y en el caso del ajedrez parece que
incide directamente en las funciones ejecutivas del cerebro. Y afirma que “es
mucho más importante fortalecer la capacidad de aprendizaje del alumno que
añadir contenidos, muchas veces irrelevantes y descontextualizados.” (p. 32).
Todo ello aderezado, como en cada capítulo con abundante y selecta bibliografía.
En el capítulo 2 se abordan los diferentes canales de
aprendizaje y las particularidades de diferentes materias y estilos. Entre
otros, me quedo con un llamamiento de cierre sobre los nuevos tiempos , que
requieren “que los profesores nos convirtamos en investigadores en el aula,
capaces de analizar y de evaluar con espíritu crítico cómo inciden las
metodologías utilizadas en el aprendizaje de los alumnos” (p. 47).
No desgranaremos todos y cada uno de los capítulos. Ahí
están para su lectura atenta. Sí, podemos, tal vez, apuntar algunas ideas
sugerentes: la unión hemisferio
derecho y novedad, y hemisferio izquierdo y rutina, estudiado
por Goldberg en El cerebro ejecutivo
(2015); la atención, como mecanismo imprescindible para el aprendizaje, que
estudia Francisco Mora en Neuroeducación.
Solo se puede aprender aquello que se ama (2013), así como D. Goleman en Focus. Desarrollar la atención para alcanzar
la excelencia (2013)… “Cuando tenemos una atención plena (mindfulness) en aquello que hacemos,
podemos valorar la actividad o mejorar la práctica, con lo que obtendremos una
aprendizaje de la rutina habitual” (p. 54).
Todo lo cual implica poner el foco en las metodologías que fomenten una
mayor eficacia en la atención: trabajo cooperativo, bloques de trabajo de un tiempo menor, optimización de los tiempos en las clases,
espacios propicios o estimulantes al aprendizaje, dinámicas participativas y
lúdicas, etc.
Al respecto se afirma que “el mindfulness mejora la actividad de los circuitos de la corteza
prefrontal, fundamentales para mantener la atención, y la de otros de la
corteza parietal que dirigen la atención y la centran en un objetivo
específico” (p. 58).
El capítulo dedicado a los dos hemisferios del cerebro
interesa especialmente por la parte dedicada a las implicaciones didácticas
integradoras tal como las de abordar el trabajo mediante proyectos y actividades que promuevan la
imaginación.
La herencia de Piaget cuenta con un capítulo en el que se
llegan a cuestionar algunos de los postulados del insigne pedagogo en relación
con el ámbito matemático por diversos investigadores.
El papel de la dopamina y de neurotransmisores como la
serotonina o la endorfina es tratado por Marta Ligioiz en capítulo aparte. Entre otras cosas advierte sobre el posible
neuromito de sobrevalorar la influencia de la dopamina en el aprendizaje, dado
que este constituye un proceso complejo en el que intervienen múltiples
factores (emocionales, metabólicos, sistemas de neurotransmisores, corticales…)
que deben considerarse conjuntamente a la hora de ir cambiando hábitos
educativos, etc.
Uno de los neuromitos más extendidos se refiere a la
creencia de que solo usamos el 10% de nuestro cerebro. De ello se ocupan José
Ramón Gamo y Carme Trinidad. Realizan un recorrido histórico desde que se
originó y un seguimiento del mismo según las diversas aportaciones que se
conocen al respecto para llegar a las aportaciones de la neurociencia, hoy día
bastante bien ilustradas gracias a tecnologías que pueden monitorizar la
actividad cerebral in vivo, como la
tomografía por emisión de positrones (PET) o la resonancia magnética funcional…
Incluso cuando dormimos todas las partes de nuestro cerebro presentan alguna
actividad. Y si en realidad lo usamos al cien por cien, y a la vez es tan
complejo, cabe plantearse el enorme campo que se abre para explorar y que se
ofrece con enormes implicaciones educativas.
Del capítulo dedicado al sueño, a cargo de Jesús C. Guillén,
citaré, de su parte final, textualmente:
Los profesores hemos de compartir las investigaciones en
neurociencia y psicología cognitiva sobre los efectos beneficiosos del sueño
adecuado y las necesidades particulares de los adolescentes con los propios
alumnos y con las familias. (…). Mostrando un estilo de vida activo y
saludable, los adultos podemos favorecer un aprendizaje por imitación que es
muy efectivo. Y no hay que obviar en este sentido la responsabilidad familiar.
(p. 156)
Bajo el título “El efecto Mozart”, de Félix Pardo, se aborda quizá otro de los neuromitos más
difundidos. Para ello revisa no pocas experiencias y proyectos vigentes aún que
tienen en la música, y más aún en cierta música de Mozart, el eje de sus
actividades y proyectos. Revisa estudios algunos de los cuales han sido
encargados por gobiernos y explica detalladamente datos, correlaciones y
resultados. Y en cuanto a sus implicaciones educativas, surge la figura de
Howard Gardner y su teoría de las inteligencias múltiples… como “una forma de
inteligencia que puede ser educada y potenciada” (p. 175). Y por diferentes
vías se llega a la conclusión de que no es lo mismo una exposición pasiva a la
música que la instrucción activa de la formación musical. Y es esta segunda
opción la que no ha de faltar en un currículo educativo, pues es claro que la
enseñanza de la música, su práctica, contribuye al desarrollo integral de la
persona, sobre todo si se empieza desde las primeras edades. Aparte de otras
implicaciones de carácter terapeútico.
Así mismo, se exponen algunos análisis acerca de la
efectividad de ciertas técnicas en la línea de lo que suele denominarse
gimnasia cerebral o Brain Gym. De
todo ello merece la pena señalar algunas de las ideas recogidas en el apartado
de implicaciones educativas, como por ejemplo la necesidad de que el profesor
analice con espíritu crítico sus estrategias y detecte lo que funciona o no
funciona en sus clases y, en cualquier caso, se apuntan en este capítulo
algunas evidencias contrastadas por la neurociencia: el beneficio del ejercicio
físico regular para la memoria a largo plazo (las clases de educación física,
las zonas de recreo al aire libre, los descansos regulares para que los alumnos
puedan moverse…); la importancia del juego como liberador de dopamina y
promotor de la memoria de trabajo; la integración de actividades artísticas; la
necesidad de dividir la clase en bloques de diez o quince minutos para su mejor
aprovechamiento; la importancia de un simple paseo; la utilidad de los
programas que utilizan el mindfulness,
etcétera.
Finalmente, en el capítulo 12, Marta Ligioiz revisa revisa
el neuromito relativo al papel secundario de la imaginación frente a los procesos
racionales, ante el cual plantea sugerentes planteamientos verificados por la
neurociencia; entre otros: que se activan los mismos circuitos cerebrales al
imaginar que cuando lo hacemos o vivimos en realidad. Es decir, que nuestra
imaginación actúa como un simulador virtual interno con el que podemos
entrenar, crear, prever, mejorar aprendizajes…
De ahí también se extraen observaciones sobre las repercusiones y
posibilidades de los juegos virtuales, por ejemplo. Y fundamentalmente se destaca
el papel de la creatividad (“clave para la innovación, la adaptación y el
pensamiento lateral o divergente”) (p. 214), la cual ha de potenciarse y
fomentarse en “ambientes enriquecidos” o “espacios de confianza”, espacios que
han de crearse en las aulas: espacios y tiempos de concentración y también de
relajación como forma de potenciar los ritmos naturales del cerebro. Etcétera.
Se cierra la obra con varias páginas que resumen y recuerdan
las conclusiones más relevantes y prácticas de los diferentes capítulos. Hasta
aquí la reseña, y el saludo a este libro colectivo.
Luis C. Nuevo.